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Autor Tema: Primera parte, Romero: El camino del sacerdote  (Leído 315 veces)

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Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« on: 08 de Junio de 2018, 05:49:42 am »
Primera parte
Romero: El camino del sacerdote




Por 22 años Óscar Romero vivió dedicado a la diócesis migueleña.
Allí sentó bases de su obra social: organizó trabajadores, concluyó la Catedral, fundó escuelas y ordenó la curia.
Todos recuerdan al hombre serio, profundo, espiritual y en exceso bondadoso, todos recuerdan a su padre Romero.


  Anamorós, paso fugaz en la primera parroquia

"Anamorós"

Por Mario Enrique Paz/Glenda Girón

“Mire, cuando llegamos era un pueblo y ahí no había luz, no había carretera, no había nada. Nos bañábamos en el río, no había ducha ni baño ni nada”. Gaspar Romero fue el acompañante de su hermano Óscar en varias parroquias y su llegada hasta Anamorós, en La Unión, la primera asignada, lo dejó impresionado.

Óscar había regresado de Roma y fue destacado a cumplir oficios a un poblado sin mucho desarrollo y el sacerdote le pidió a su hermano que lo acompañara, este así lo hizo y así lo recuerda.

La estancia en Anamorós fue corta, de febrero a abril de 1944, de aquella primera experiencia clerical al sur-oriente de La Unión queda muy poco. Algunas fe de bautismo, cuyo papel está bastante deteriorado, están conservadas en envolturas plásticas con un color entre amarillo y café por la antigüedad. En muchos tramos se pueden leer nombres y fechas en una caligrafía bien elaborada. Es la letra del arzobispo  Romero y los vestigios de su primera casa parroquial en el país.

Para Gaspar resulta obvio que esa experiencia no fue tan gratificante: “No había ni comida, Monseñor logró que la familia del sacristán nos diera alimento, el pobre alimento que se podía conseguir ahí. Ahí hubo mucha carencia. No había diversión ni nada. No había radio ni nada”.

Hoy Anamorós tiene su carretera asfaltada, hay un par de bancos, un par de edificios modernos y bastante comercio, las quejas del menor de los Romero se verían menguadas. Del sacerdote sin embargo queda muy poco, la corta estancia tiene que ver con ello.

El ambón que utilizó todavía se conserva pero no está en uso. Así lo confirma el padre Rudy Rivas, encargado de la parroquia, quien además asegura que la iglesia fue reconstruida y solo una parte del altar mayor también data de la estancia de Romero en el lugar.

Madera fina muy bien tallada y pintada con barniz dan cuenta de lo bien que se conservan las piezas y es lo poco que resta de la modernización realizada en 1965.

Circular por la ciudad no parece complicado, no hay mucho tráfico pero si se notan varios vehículos y buses del transporte público, nada que ver con los recuerdos de Gaspar: “Teníamos un programa en el que le tocaba visitar Polorós, Lislique y Nueva Esparta. Iba a dar conferencias, confesiones homilías y lo esperaban allá. Hoy vamos a ir a Lislique, me dijo un día, nos fuimos en bestia. Después nos tocaba Concepción de Oriente y había mucha pobreza”.

La beatificación ha llevado de nuevo el nombre de Óscar Romero por aquellos lugares, de hecho el padre Rudy puso manos a la obra y se prepara para subirlo a los altares. Ya se mandó a hacer a Colombia una imagen que el 23 tendrá su sitio en la iglesia. Medirá 1.50 metros de alto, será de resina y fue donada por una familia de la ciudad que reside en Estados Unidos, dice el sacerdote.

El alcalde Salvador Peña, un maestro jubilado que trató a Romero en la Normal Francisco Gavidia, tiene en su agenda dar el nombre a una calle y levantar un busto en el parque.

A lo mejor hoy Gaspar se sentiría más cómodo y más satisfecho en la ciudad, como bien le decía su hermano en aquel Anamorós de antaño: “No hay que protestar, hay que ser obediente y si es voluntad de Dios hay que cumplirla”.
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Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #1 on: 08 de Junio de 2018, 05:52:08 am »
El hombre de los números

"El hombre de los números"

Tiberio Arnoldo Romero Galdámez tiene 88 años y es el penúltimo hijo de la pareja formada por Santo y Guadalupe. En todos los lugares en donde Monseñor Romero ejerció como sacerdote, fue Tiberio quien le ordenó las cuentas, le llevó los libros y le cuadró la contabilidad. Era el hombre de los  números.

Texto y fotos: Glenda Girón*
social@laprensagrafica.com

A Monseñor Romero Tiberio lo cuenta en números. Tiberio es el penúltimo de los ocho hermanos Romero Galdámez, dos fallecieron a corta edad. “Yo le llevé las cuentas por todos lados en donde anduvo, yo le hacía los balances y le organizaba la contabilidad, cuando se iba de un lugar, yo le dejaba todo cuadrado”.

Tiberio es un hombre de despacho y contómetro. Apunta todo. Y lo trae de familia. Guarda con recelo, el ya muy deteriorado diario de su padre, Santos Romero. En ese libro de páginas amarillas y porosas Tiberio muestra el casi obsesivo orden del patriarca Romero. Junto con los gastos de la milpa y el rendimiento de la finca de café detallados al centavo y con fecha exacta, Santos reservó una página completa que tituló “Gastos en Óscar”.  “Es que mi papá, además de telegrafista, era un buen administrador”, dice Tiberio.

Era 1931, Santos dejaba constancia en esa página de que en enero había cancelado los 30 colones correspondientes a dos meses de la media beca que tenía el que por entonces era solo Óscar, el segundo hijo de los Romero Galdámez. “A caballo salía desde Ciudad Barrios, cada semana, por lo regular, a dejarle ropa o dinero”, cuenta Tiberio con las marchitas páginas de este histórico diario en sus manos. “Sotana y paquete, 3 colones; ropa interior y otros gastos, 30 colones; febrero remitido con Felipe Molina, 10 colones; otro paquete, 2 colones; marzo, beca, entregado al padre Calvo 15 colones”.

La familia Romero tenía tierras y algunas ventajas económicas. “No éramos ricos, pero la casa estaba en el centro de Ciudad Barrios y mi abuelo, ese sí tenía tierras, casi todo el volcán era de él y le había dejado unas 100 manzanas a mi mamá, que heredó mi papá porque antes solo entre hombres se entendían, en esas tierras había café, frutales y otras cosas”, recuerda Tiberio en una casa en donde entre los retratos familiares de sus nietos en otros países se cuelan en sepia las ya vetustas fotos de su célebre hermano.

Santos Romero era tan aplicado en el control de su diario de gastos que redactó ya en enero de 1933: “Entregué a don Catozzo Betaglio 10 quintales de café que convenimos con el reverendo padre Calvo para abonar en parte de 250 colones de la media beca que adeudaba por Óscar”.

Estos y otros números de cuánto se invertía en la finca y en la educación de los Romero Galdámez están incluidos en un libro que Tiberio redactó y publicó titulado “Lo que recuerdo de mi hermano Monseñor Óscar Arnulfo Romero”. Es un libro con el ISBM pendiente, que no tiene editorial, que Tiberio publicó y editó por su cuenta y que no se distribuye en ninguna librería ni en ninguna iglesia. La Iglesia católica no le dio el aval porque le quiso, según Tiberio, hacer retoques, algo que no quiso permitir. “Otros que han escrito libros tiene su estilo y yo el mío”, defiende. Los distribuye en su casa, a quien toca la puerta y paga. “Todavía tiene bastantes errores, unos se corrigieron, como cuando decía que cuando lo nombraron a monseñor obispo de la Diócesis de Santiago de María, el papa Pablo VI le había donado $5 porque era una diócesis pobre. Y no, fueron $5,000”.

Tiberio guarda el mismo talante que une a varios representantes de la familia Romero. Estricto, aplicado hasta el último detalle. En las primeras páginas del libro detalla con exactitud cuánto medía cada estancia de la casa original en la que se criaron. Que tenía un corredor, un lavabo, una cocina de leña, una mediagua y una tercera parte con una caballeriza donde dejaban los bueyes, esta última tenía cinco varas de ancho por siete de largo y los horcones eran de roble. “Una vez una hija, Anita, me preguntó que por qué ponía tanto número, y yo le dije que por que así estaba en el diario de mi papá”.

Tiberio Romero Galdámez salió de Ciudad Barrios a los 26 años de edad. Llegó a trabajar como asistente de albañil de quienes trabajaban en la construcción de la catedral de San Miguel. Para entonces, Monseñor Romero ya era párroco de la Iglesia Santo Domingo, o El Rosario, como también se conoce entre los migueleños.

“Una noche en la que yo estaba durmiendo en la sacristía llegó y me preguntó si quería estudiar, y yo le dije: ‘Sí, claro, lo que pasa es que no he tenido la oportunidad’”, cuenta que le respondió con entusiasmo. Unos días después, Tiberio tocaba a la puerta del Colegio Santa Cecila, en Santa Tecla. No llevaba nada más que la recomendación de su hermano el sacerdote y ya era mayo. Las clases habían comenzado en febrero. “Lo que yo no sabía era que el padre Ibalde había sido compañero de él”, y así pude estudiar. Aprendió tipografía, y después, de trabajo en trabajo, aprendió a llevar libros contables.

Romero era secretario de monseñor Machado en ese tiempo. Estuvo a cargo de la construcción de la catedral, Tiberio le ayudaba con las planillas de tan grande obra y con los libros. Romero fue también nombrado director del semanario El Chaparrastique, fue rector del Seminario Menor, fundó el grupo de Caballeros del Santo Entierro, Los Cursillistas de Cristiandad y hasta organizó un sindicato de limpiabotas.

También halló la manera de financiar proyectos. La librería católica Asturias, como relata Tiberio en su libro, era propiedad del padre Romero. Pero tenía matrícula comercial a nombre de las reconocidas hermanas Asturias. “Sucedió que a él le regalaron unos libros, y comenzó a venderlos ahí en la iglesia Santo Domingo. Poco a poco se hizo de más y más y eso se convirtió en algo rentable de donde salían ayudas para la iglesia y para otras personas”. De ahí sacaba para la planilla de los albañiles que trabajaban en catedral y también para otros gastos cuando no alcanzaba lo que había en la parroquia.

El padre Romero compró también una rotativa. “Pagó 12 mil colones por ella”, ahí se tiraba el Chaparrastique, y como yo sabía de tipografía. Trabajaba con él”.  La rotativa estaba en las instalaciones del Seminario Menor de San Miguel.

En 1967, al padre Romero lo mandaron a San Salvador como secretario de la Conferencia Episcopal de El salvador y le dieron el título de monseñor.

“Él arregló la iglesia Santo Domingo, que era donde él vivía. Ahí está el altar que él dejó. Y terminó la catedral de San Miguel. A este barrio entregó mucho dinero, llevaba las cuentas y con eso pagaba planilla y hierro y todo eso”, recuerda Tiberio.  “A pues, cuando lo trasladaron de San Miguel me pidió que le cuadrara todo. ‘Yo no he gastado en nada que no sean obras’, me dijo. A un lado estaban las señoritas Asturias, que eran las mismas de la librería y las que le lavaban la sotana”.

Como buen auditor contable, a Tiberio le cuadraron todas las cuentas de esas dos décadas del padre Romero en San Miguel. Y cuando el proceso en el que lo ayudaron las Asturias y una taquígrafa, Tiberio recuerda que tuvo una plática con su hermano:

—Vaya, le dije yo, cuánto trabajaste, y hoy por qué te van a echar.

—Es que no me echan, es que hice votos: castidad, sencillez y obediencia, dice que le contestó el padre Romero.

Ya en 1970, cuando Romero aceptó ser obispo auxiliar de monseñor Chávez y González, también tomó la dirección por cuatro años del semanario Orientación. Algunos de sus mensajes, recuerda Tiberio, no agradaban. Orientación dejó de ser impreso en la Criterio, propiedad de la Arquidiócesis. Romero no se quiso dejar vencer, así que hizo un préstamo al Banco Hipotecario y con ese dinero consiguió otro local para editar Orientación, con poco personal. De nuevo, Tiberio recuerda más en números: “Estuvo poco tiempo porque la venta era menor que los costos y los gastos. Era insostenible”.

Por esos días Romero fue enviado como párroco de Santiago de María. “De nuevo, con mi ayuda como auditor externo, entregamos el semanario sin ninguna deuda, solo quedó un vale del contador que casi estaba ad honórem”.

Tiberio le llevó las cuentas a quien será beatificado el 23 de mayo en el Arzobispado, en la Y.S.A.X (que transmitía sus homilías cuando ya era arzobispo de San Salvador), de la imprenta Criterio, y de Santiago de María.

Hubo un tiempo, a partir de 1977, en que toda la atmósfera social se empezó a caldear. “Me llegó a decir alguien a la ferretería en donde trabajaba como contador: ‘Dígale a su hermano que solo yo le quedo de amigo en San Miguel’”. A Tiberio le registraron la casa. Entraron por la cocina, pasaron por el corredor y los cuartos y salieron por su despacho de auditor externo. “Aquí anduvieron, pero no vieron el rifle que estaba aquí, ni la pistola que tenía en el gavetín del escritorio”. Armas que, dice, están registradas y que adquirió mucho antes de que el mensaje de su hermano causara polémica. “Eran para ir a la finca, allá hacía falta andar así”.

Ante lo que en la época significaba el nombre de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Tiberio asegura hoy, entre fotos de bisnietos que crecen a miles de kilómetro de distancia: “Como familiares, nosotros nunca le dijimos que no hiciera esto o aquello, porque sabíamos que lo que estaba haciendo y diciendo era lo correcto. Nosotros respaldamos eso hasta el final, cada quien a su manera”. Tiberio lo hizo siendo su auditor, el hombre de los números de un santo.

“En Santiago de María fue donde él aprendió más de la gente. Les abrió la iglesia a los cortadores de café para que no durmieran en la calle. Él tenía conciencia, era del parecer de que las empresas tenían que compartir las ganancias con los empleados, el pago, le decían antes. Aquí hubo algunas que hicieron eso, pero hace tiempo”.
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Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #2 on: 08 de Junio de 2018, 05:53:29 am »
El padre Romero, el hombre antes del Monseñor y del arzobispo

"El padre Romero"

¡El padre Romero! No Monseñor, no el obispo ni el arzobispo. La curia migueleña quiere revivir la historia del sacerdote que para ella cambió San Miguel y cambió la Iglesia católica salvadoreña. Más allá del cura que denunciaba injusticias, quiere plasmar la idea de que Óscar Arnulfo Romero no responde a la coyuntura de la guerra civil, ni a la muerte de su amigo Rutilio Grande, ni al cargo de arzobispo, sino más bien a su deber con los pobres y la Iglesia.

Mario Enrique Paz

Manuel Córdova jugaba fútbol en una calle en la zona de la coquera, en San Miguel, por la conocida Ruta Militar, en la salida hacia Santa Rosa de Lima, al nororiente de la ciudad. Era una pelota de calcetín, lo recuerda como si fuera ayer. La calle sin asfaltar, la zona poblada de árboles de coco y otras frutas en una de las fincas más famosas del municipio. El trapo rodaba lleno de polvo tras las carreras y patadas de los jóvenes. Solamente se detenían, a medias, cuando pasaba un carro, una carreta o una persona que intentaba cruzar.

Aquella mañana el tipo bien presentable, “al estilo rico”, recuerda Manuel, los sorprendió a todos con una pregunta:

¿Quieren una pelota de verdad?

Argumentaron que sí y entonces fueron enviados el próximo sábado a la catedral. Llegó temprano y lo que más lo sorprendió es que no vio a nadie que jugara fútbol. Se sentó enojado en unas gradas de donde pudo ver que a unos jóvenes les daban clases.
Recuerda que desde el altar mayor bajó un sacerdote que lo invitó, junto a dos jóvenes más, a dar un paseo en taxi, no entendía el porqué de la invitación, pero aceptó. Abordaron el vehículo frente a catedral. El cura hizo bromas constantemente por todo el camino; a pesar de eso, Manuel estuvo siempre serio. No congeniaban, dice. Él llegó por una pelota y eso quería. Para colmo de males al regreso ya no estaban los otros muchachos y pensó que a ellos les habían dado los balones.

Lo que Manuel no sabía es que las clases eran la catequesis para la primera comunión y que la pelota la daban cuando se aprendía la doctrina por completo. Su molestia entonces era mayúscula. Lo que no entendía era cómo aquel padre, con el que también se molestó, lo había impresionado tanto, así que el próximo sábado regresó… allí quedó unido por siempre con el padre Romero.
La curia migueleña sostiene que Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por odio a la fe, no respondió a una coyuntura política o a la indignación personal por el asesinato de un amigo Rutilio Grande en 1977; muy por el contrario, tales circunstancias solamente reconfirmaron su preferencia por los pobres, a los que les abrió las puertas desde que fue nombrado sacerdote. Antes que Monseñor, obispo o arzobispo, en San Miguel el padre finalizó la construcción de catedral, fundó asociaciones de lustra botas y escuelas, ordenó la diócesis, obras que aún perduran.

Córdova, un antiguo “hermano separado” y convertido al catolicismo para luego ordenarse sacerdote –hoy párroco de Quelepa–, vivió con Romero por cinco años en la iglesia Santo Domingo en San Miguel, antes de ingresar al seminario; lo conoció padre, Monseñor y arzobispo, y para él jamás cambió, jamás dejó de ser “el padre Romero”.

—Siempre dicen que él se convirtió con la muerte de Rutilio Grande, pero el ya era un hombre de Dios aquí en San Miguel, simplemente no había la misma coyuntura política que cuando ya era arzobispo.

Las coincidencias de otras personas con Córdova son muchas y todas describen a Romero como un hombre de muy poca conversación, siempre con su sotana negra, espiritual, adusto, estricto, pero muy agradable y de plática amena cuando se lo proponía. Decía lo que tenía que decir, oraba mucho y le gustaba recorrer a pie muchos lugares o visitar así las comunidades para hablar con la gente.

—Salíamos a caminar y terminábamos tomando agua de coco en la coquera. Regresábamos a catedral con los zapatos blancos por el polvo. Era muy desprendido, en extremo generoso.

Así lo recuerda monseñor Pablo Castillo, de la iglesia El Calvario. Él inició sus estudios teológicos con Romero en el seminario Menor migueleño, más tarde y ya ordenado trabajaron juntos en la diócesis de San Miguel. Dice que Romero era “el dueño”, mandaba, que el obispo Miguel Ángel Machado delegó todo en él.

—No se movía nada sin la autorización del padre Romero.

Pero ¿por qué se refieren siempre a él como “el padre”? Castillo responde que él siempre estuvo lejos de títulos o dignidades, estaba consagrado a Dios, a la Iglesia, a los pobres. Ese era su servicio, el Monseñor u obispo eran solo jerarquías que para Romero estaban de más.

—No le importaba ser Monseñor o ser obispo, para él era más importante saludar a los jóvenes en la calle, a los taxistas, los lustra botas, los trabajadores. Para ellos es que principalmente era el padre Romero. Se llevaba bien con todos, dicen que estaba peleado con los ricos pero era mentira, tenía muchos amigos que apoyaban sus obras, todas las señoras “fufurufas” de San Miguel lo querían.

Con este recuerdo de Castillo coincide el actual vicario general de la diócesis de San Miguel, Emilio Antonio Rivas, quien asegura que los más de 20 años de Romero en suelo migueleño le permitieron ordenar la diócesis, cuyo trabajo sigue vigente hasta la actualidad.

La huella en San Miguel

—Personalmente creo que hay cuatro factores que marcan los 22 años del padre Romero en San Miguel: la finalización de la catedral, la implementación de los medios de comunicación, la ordenación de la diócesis y su vocación y obra social para con los pobres.

La primera piedra de la catedral migueleña había sido puesta en 1862 por el capitán general Gerardo Barrios, un paisano de Romero, ambos nacidos en Ciudad Barrios; de hecho, del primero el municipio tomó su nombre. Para 1944, 82 años después, faltaba el piso, los vitrales, el altar mayor y todo el mobiliario. El sacerdote tomó como propia la tarea de finalización.

Después de 18 años, el 21 de noviembre de 1962, Romero vio cumplida su tarea en la misa de acción de gracias por la finalización de la catedral. Para no ver interrumpida la fase de construcción y su labor pastoral, el sacerdote se movió entre tres parroquias: la Santo Domingo (también conocida como iglesia El Rosario y que era su sede), la San Francisco y la catedral misma. Ver la obra terminada significó la gestión de fondos, contrato de personal y hay quienes dicen que para apresurar los trabajos si tuvo que agarrar una pala o un martillo, igual lo hizo con tal de salir adelante.

Córdova asegura que tenía tiempo para todo: dirigir el periódico El Chaparrastique, trasmitir las homilías por la radio de ese mismo nombre, transmitir programas por la noche y responder cartas que le enviaban, tomarse el tiempo para predicar en las cárceles y transmitir películas para los reos hasta más tarde fundar la radio Paz.

—Jamás perdió esa metodología ni su orden, ni en San Miguel ni como arzobispo. Su vida fue una constante de disciplina, de devoción, de fe.

Rivas coincide en que esa misma metodología le permitió tener el control de la diócesis. Los sacerdotes se comunicaban con el padre Romero, todas las consultas, los problemas, las tareas los ordenaba él. Era como un obispo auxiliar o adjunto. En la parte eclesial también era incansable. Creó la Orden de Caballeros de Cristo Rey, los Caballeros del Santo Entierro, los Cursillos de Cristiandad, ordenó la catequesis para las primeras comuniones los sábados, llevaba la documentación de todo el clero y tenía contacto con todas las parroquias.

Con tantas ocupaciones, la parte social era la que más le satisfacía. Asistir al pobre era un apostolado que marcó su vida. Más allá de la defensa de los derechos humanos y el clamor por el respeto a la vida que hizo como arzobispo, su huella en San Miguel perdura. Es el cuarto factor que marcó la estadía migueleña, dice el vicario Rivas.

Los recuerdos de Manuel Córdova lo trasladan a su juventud, cuando vivió con Romero en la parroquia Santo Domingo, su movilización por San Miguel estaba marcada por saludos a los vendedores, a los lustra botas, a los trabajadores.

—Saludaba hasta a los alcohólicos y el saludo estaba acompañado de un consejo pero también una reprimenda, y si llevaba algo para regalarles, lo hacía.

Mercedes Hernández y Salvador Peña, ambos maestros graduados de la Normal Francisco Gavidia en San Miguel y hoy jubilados, recuerdan su pasión por enseñar a leer, su interés por que los jóvenes, principalmente, tuvieran acceso a la educación. El sacerdote llegó a un acuerdo con la escuela de maestros para que lo apoyaran en los programas de lectura.

Hernández asegura que las primeras clases iniciaron en la iglesia Santo Domingo, más tarde se extendieron a la catedral para luego culminar con la fundación de las escuelas Sagrado Corazón de Jesús, una en el centro migueleño y otra en el volcán, por Las Placitas.

—Él pidió el apoyo de la directora de la Normal para que dos estudiantes llegáramos por 15 días en las tardes a dar clases a los niños, luego llegaban otros dos, había rotación. Eran hijos de lustra botas y otros vendedores. Tenía mucho rigor para con ellos, pero para evitar que no faltaran habilitó una sede a los papás para que guardaran sus cosas en una bodega en la iglesia, incluso algunos dormían ahí.

Peña, por su parte, recuerda que el edificio de la Normal era dependencia de la iglesia San Francisco y a lo mejor por esa situación fue fácil para Romero obtener el acuerdo. Él, sin embargo, era en extremo agradecido y encontró la manera de devolver el favor también por la tardes, al dar charlas de moral y religión a los estudiantes que se graduarían como maestros, recuerdan ambos docentes jubilados.

La escuela Sagrado Corazón de Jesús, en el centro migueleño, está lejos de ser una estructura moderna, tiene las mismas carencias y problemas que un centro escolar del país, solo hace diferencia el culto que rinden a Romero. El fundador sigue vigente y así lo enseñan los maestros a los estudiantes. La devoción por el Sagrado Corazón de Jesús también se mantiene, dice el vicario Rivas. Hay primeras comuniones y una misa mensual.

Córdova se pone nostálgico al recordar que Romero cambió su vida. A pesar de la pelea religiosa con su padre, con quien no pudo reconciliarse nunca —“sí lo hice con mi madre, murió católica”—, su decisión de adoptar el sacerdocio fue la correcta y no se arrepiente. El padre Romero fue su maestro y mentor, y vale la pena, para él, recordarlo todos los días.

—Su tarea no era puro asistencialismo o el solo dar por dar. Hablaba con la gente, les preguntaba qué podían hacer y les proporcionaba herramientas o medios para el trabajo, compraba instrumentos de costura, albañilería y carpintería entre otros. Predicaba el amor, pero lo más importante es que vivía el amor para con los más necesitados, para con los pobres…

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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #5 on: 12 de Junio de 2018, 10:02:10 am »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #6 on: 15 de Junio de 2018, 08:38:24 am »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #7 on: 26 de Junio de 2018, 09:01:18 am »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #8 on: 05 de Julio de 2018, 06:29:24 pm »
  :73:
 Mis saludos para todos en
 este bonito foro
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #9 on: 28 de Julio de 2018, 10:59:35 am »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #10 on: 04 de Agosto de 2018, 10:03:42 am »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #11 on: 14 de Agosto de 2018, 07:52:49 pm »
Feliz semana amigos foristas
Y un millon de abracitos de Lanina para todos en este día
Que Dios nos bendiga
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #12 on: 14 de Agosto de 2018, 08:00:48 pm »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #13 on: 26 de Agosto de 2018, 12:48:50 pm »
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Re:Primera parte, Romero: El camino del sacerdote
« Respuesta #14 on: 27 de Agosto de 2018, 02:17:33 pm »
Saludos.
Visitando y apoyando tu tema.
Muchas gracias por compartirlo.
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