En otro tiempo, La Vía Láctea era un hermoso río que separaba el Cielo de la Tierra. En él se bañaban todos los días las hijas del Dios Celeste. Por la noche, cuando las innumerables estrellas poblaban la bóveda celestial, las encantadoras hadas poblaban con su presencia el tranquilo río plateado. Aprovechaban también para contemplar la bulliciosa vida en el mundo, el amor y los sufrimientos de la gente mundana. Una de las hadas celestes, llamada Tejedora por su habilidad en el telar de brocados, se enamoró de un joven que vivía en un pueblo cerca de la orilla del río.
Esa misma noche, el pastor se escondió en la cañaveral para esperar el momento. Cuando aparecieron todas las estrellas, vio que efectivamente bajaron unas lindísimas mujeres que se metieron en las aguas dejando su ropa de seda en la orilla. El pastor salió del escondite y se dirigió hacia la orilla, donde cogió la ropa de la Tejedora y echó a correr.
El joven se había quedado huérfano desde hacía diez años y vivía entonces con su hermano mayor y su cuñada. Aunque trabajaba sin cesar todo el día, no lo querían y siempre intentaban echarlo de la casa. Un día se vio obligado a abandonar la casa por no aguantar el maltrato de la joven pareja. Le dieron un viejo buey por todo el derecho a la herencia familiar.
El pastor levantó una pequeña choza para alojarse junto con el buey, a quien le contaba sus penalidades para desahogarse. Trabajaba día y noche en el campo, compartiendo lo poco que tenía con su único compañero. Una noche, para gran sorpresa suya, el buey se puso a hablar: —Hola, mi señor, sé que eres honesto y tienes un corazón de oro, por eso me duele que estés tan solo. Escucha bien lo que te voy a decir: todas las noches bajan unas hadas del cielo y se bañan en el río. Hay una hermosa hada que está enamorada de ti. Roba su ropa cuando se baña y pídele la mano.
Esa misma noche, el pastor se escondió en la cañaveral para esperar el momento. Cuando aparecieron todas las estrellas, vio que efectivamente bajaron unas lindísimas mujeres que se metieron en las aguas dejando su ropa de seda en la orilla. El pastor salió del escondite y se dirigió hacia la orilla, donde cogió la ropa de la Tejedora y echó a correr.
Sorprendidas por la repentina aparición de un hombre de la Tierra, las hadas salieron rápidamente de las aguas, se vistieron y volvieron al Cielo escandalizadas. Sólo se quedó la Tejedora en las aguas, avergonzada, porque no tenía con qué vestirse. En eso apareció el pastor y prometió darle la ropa con tal de que aceptara ser su mujer. La Tejedora aceptó su petición ruborizada. Al cabo de un rato los dos se encaminaron hacia la pobre choza y se casaron con el buey amarillo como testigo.
Empezaron una nueva vida llena de felicidad y armonía. Al cabo de tres años, tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Habían construido una casa con un establo para el buey y mejoraron sustancialmente la economía familiar con la aportación de las hábiles manos de la mujer. Se amaban profundamente y disfrutaban el amor, la familia y el trabajo. Según la creencia popular, un año transcurrido en la Tierra era sólo un día en el Cielo. Así que al tercer día de la desaparición de la Tejedora, se enteró la Reina Celestial del suceso. Furiosa, envió a los generales y guerreros del Cielo para capturar a la atrevida hada que se burló de las disposiciones celestiales. La repentina aparición de los enviados del Cielo convirtió el idilio en una pesadilla.
Fue capturada y obligada a abandonar la vida mundana. Lloraba de dolor aferrándose a su marido y a sus hijos, pero los guerreros del Cielo la llevaron presa y cruzaron el río enseguida. Desesperado, el pastor los persiguió cargando los dos niños en dos cestas que colgaban de un balancín.
Se proponía cruzar el río para alcanzarlos, pero las aguas crecieron súbitamente convirtiéndose en un anchísimo caudal que subía al Cielo. La mujer lloraba tratando de librarse de las feroces manos que la sujetaban, mientras que el hombre los perseguía sin esperanza de alcanzarlos nunca. Su convulsiva cara era surcada por las lágrimas que corrían silenciosamente.
Los niños también lloraban con verdadera tristeza.
El afligido llanto de la familia destruida ablandó la dureza de la Reina, quien dio la orden de permitirles reunirse el día siete de julio de cada año según el calendario lunar. Te habrás dado cuenta que ese día, casi todos los pájaros grandes vuelan hacia el cielo para construir un puente de aves.
De este modo, la hermosa Tejedora puede reunirse con su familia. Se dice que a medianoche, si escuchas atentamente debajo de la viña, podrías oír la conversación íntima de la pareja largamente separada. Si levantas la cabeza en una noche estrellada, podrás ver que a ambos lados de la Vía Láctea se ven dos estrellas luminosas: una es la Tejedora y la otra es el Pastor.