EGIPTO_CANTO PRIMERO_LA TIERRA SAGRADA
EGIPTO DE JUAN JOSÉ BERNAL
¿Quién en sus tiernos años,
En esa edad dichosa de la vida,
Exenta de terribles desengaños,
Llena de paz y de esperanza henchida.
No ha soñado en su loca fantasía.
Con entusiasmo ardiente,
Las escenas de mística poesía
De los remotos países del Oriente?
¿Quién no ha sentido arder su pensamiento
y el corazón latir estremecido,
Por dichas ilusorias,
Cuando del labio maternal ha oído,
En dulce arrobamiento,
De la sagrada Biblia las historias?
y ¿quién, al penetrar en los umbrales
Del templo de la ciencia,
Al recorrer del mundo los anales,
No ha deseado, con ansia y con vehemencia,
Visitar esa tierra portentosa,
Que de la humanidad guardó la cuna
Y conserva hasta el día, misteriosa,
Del Edén los recuerdos, cual ninguna?
y ¿quién, siendo creyente.
Del Evangelio oyendo la lectura,
Al instante no siente
Su espíritu inundado de dulzura,
Y luego no imagina,
Con alegría santa,
La tierra de la fértil Palestina, (1)
Que Cristo holló con su divina planta?
El Oriente, que guarda los vestigios
Del pasaje de Dios sobre la tierra,
De antigüedad magníficos prodigios
En su recinto encierra,
Como conserva, cual veraz testigo,
En tristes soledades
Y montañas agrestes,
La señal del castigo
Que impusieran del hombre á las maldades.
Sin compasión, las cóleras celestes.
De esa tierra los bosques seculares,
Los gigantescos montes,
Por las nubes cubiertos,
Los azulados mares,
Rodeados de brillantes horizontes,
Los áridos desiertos,
Las ciudades ayer tan populosas
Y hoy ruinas inmortales,
Con su magia secreta
Al sabio dan ideas luminosas,
Al verdadero artista sus ideales
E inspiraciones gratas al poeta.
Esa tierra, que guarda todavía,
En sus templos oscuros,
Las aras que erigió la idolatría
A númenes* impuros,
Conserva los lugares,
Do errantes los patriarcas habitaron.
Que repiten los férvidos cantares
Que un día los profetas entonaron,
Y el monte funerario,
A los cielos propicio,
El monte del Calvario
Do Jesús consumó su sacrificio.
Ansiando visitar las maravillas
De esa tierra sagrada,
Y en la cumbre elevada
De ese monte postrarme de rodillas,
En el cielo confiado,
Avancé, sin temor, por el camino
Del Oriente afamado,
Empuñando el bordón del peregrino:
Y, después de cruzar la mar bravía,
Del Africa pisando las arenas,
Saludé á la soberbia Alejandría,
Orgullo de las razas agarenas*.
Y visité el Egipto poderoso,
En tiempo ya lejano,
Y á la margen del N¡lo caudaloso,
Que más parece dilatado oceano.
Caminé por la alfombra
De su arena abrasada,
De las altas Pirámides la sombra
Buscando con la vista fatigada,
Y admiré sorprendido
Su grandeza imponente,
Que, triunfando del tiempo y del olvido.
Conserva la memoria
Del genio prepotente,
Que, audaz en sus creaciones, atrevido,
Graba en la piedra su brillante historia.
La estatua de la Esfinge misteriosa
Allí se eleva, próxima á las ruinas
De un templo de granito.
Que so capa arenosa,
Al desierto de Sara están vecinas;
Desierto, para el árabe bendito.
Que al alma pavorosa
Una idea le da de lo Infinito.
Desde allí se descubren las praderas
De Heliópolis famosa,
De la ciudad del Sol maravillosa,
Sombreadas por sus bosques de palmeras;
Y más allá se ven, junto á la Delta
Del desbordado Nilo,
Los vestigios de Menfis, la esbelta,
Bajo su cielo azul, siempre tranquilo.
Y en esos horizontes, inundados
De luz pura y radiante,
Se ofrecen á los ojos fascinados
Los hermosos paisajes del Levante.
El Cairo, la ciudad tan decantada.
Que ha sido por los árabes llamada
La grande entre las grandes, la delicia
Del pensamiento, y risa del Profeta,
A la orilla del Nilo está situada.
Recibiendo del aura la caricia,
Que entre los verdes juncos vaga inquieta.
Bañada en la fragancia
De flores exquisitas,
Ostentando la arábiga elegancia
De sus bellas y artísticas mezquitas.
Arrullada en la noche dulcemente
De su sagrado río
Por los vagos rumores,
Recordando á la mente
Las glorias y el extenso poderío
Del Egipto en los siglos anteriores.
Recorriendo los hechos de otros días,
De la luz de la historia á los fulgores,
Vi pasar las antiguas dinastías
De los reyes Pastores,
Seguidas del cortejo numeroso
De todos los Faraones,
Que con poder faustuoso
Impusieron silencio á las naciones,
Como también de príncipes Lagides,
De los cuales desciende la heroína,
Que llena de hermosura se idolatra,
Vencida siempre en amorosas lides,
y en quién la gloria nacional termina.
La hermosa cuanto mísera Cleopatra.
Recordé de sus templos espaciosos
La gran magnificencia,
Donde los sacerdotes cuidadosos
Los secretos guardaban de la ciencia,
La elegante escultura
De sus ricos palacios,
Sus obeliscos de admirable altura,
Rompiendo con su aguja los espacios,
De sus vastos necrópolos aislados
El oscuro recinto,
Y los prodigios de arte acumulados
En su inmenso y suntuoso Laberinto. (2)
Pensando que cercana
Está la tierra de Gessen, que fuera
Habitada, en una época lejana,
Por colonia extranjera,
Que, creciendo, á Faraón causara miedo,
Por su ingente pasmosa muchedumbre,
Y que de Dios el dedo
Librara de oprobiosa servidumbre,
Recordé, con encanto,
La historia de Moisés, que fué salvado
Sobre las aguas á su pueblo aciagas,
Y que, después, de pavoroso espanto
Llenó al Egipto, que sufrió obstinado,
Como castigo, las terribles plagas.
Y recordé la súbita salida
De ese pueblo escogido
Que provocó el enojo
Del vengativo Rey, que, con la vida,
Perdió también su ejército aguerrido,
Cubierto por las olas del Mar Rojo,
Y los prodigios del Desierto ardiente,
La columna de fuego y sus vislumbres,
Y la luz que brilló resplandeciente
Del Sinaí y el Horeb sobre las cumbres.
Mas, entre los recuerdos del pasado
De ese histórico suelo,
Hay uno que mi espíritu ha llenado
De dicha y de consuelo,
El recuerdo, que siempre han conservado
El Evangelio y tradición piadosa,
Que refieren la larga permanencia
De la sacra familia, empobrecida,
En esa tierra hermosa,
Cuando, huyendo de Herodes la inclemencia.
Dejó la patria en presurosa huida.
Y, olvidando los grandes monumentos
De la ambición y del saber profano.
Juguete de los vientos,
Emblema fiel del pensamiento humano,
Visité fervoroso
De la Virgen de la Fuente (3)
Y el viejo Sicomoro que, frondoso.
De María sombreó la casta frente,
Lo mismo que el hogar pobre ignorado,
Do vivió con su Esposo y con el Niño,
Que, con tierno cariño,
Endulzó su destierro prolongado;
Y le pedí, anhelante.
Que de su Hijo divino
Me alcanzara la gracia, en todo instante,
Al emprender de nuevo mi camino.
- Férvido, que hierve, que arde.
- Numen, deidad dotada de un poder misterioso y fascinador.
- Agarena, descendiente de Agar.
- Do, adverbio que indica un lugar desde el que viene o va algo o alguien. Uso: anticuado o literario. Sinónimos: de, donde.
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