Cuando aprendas a leer serás libre para siempre.
No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para instruirse. No, lean para vivir.
La poesía huye, a veces, de los libros para anidar extramuros, en la calle, en el silencio, en los sueños, en la piel, en los escombros, incluso en la basura. Donde no suele cobijarse nunca es en el verbo de los subsecretarios, de los comerciantes o de los lechuginos de televisión.