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Autor Tema: EL FINAL.  (Leído 6 veces)

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Desconectado Boxinggirl

EL FINAL.
« on: 13 de Febrero de 2023, 12:33:49 am »
El final.
Ambos se miraron y sonrieron.
Sabían que no era momento para palabras. Solo para escuchar a los sentidos. 
En el cuarto, comenzó a escucharse un sonido rítmico que ensordecía.
Eran sus corazones que golpeaban furiosos, anticipando el milagro de dos seres humanos haciéndose uno.
Héctor comenzó a besarla. Ella aguardaba, con delicadeza, su lengua para jugar.
Con los ojos entreabiertos y los vellos erizados de todo el cuerpo, se acariciaron como si tuvieran piel de seda.
Héctor sentía dentro suyo, el calor de mil fogatas. Ella lo encendía cada vez más. Pretendía que las llamas de su hombre rozaran el cielo.
El hombre, con su boca, recorrió con pasión la cintura de guitarra española hasta llegar a las rosas del pubis.
Ella sucumbía con sollozos a tanto placer. Sus suspiros, sus gemidos se escuchaban en el horizonte.
La “petite morte” llegó cuando Héctor socavó las entrañas de la muchacha.
Lo dulce comenzó a derramarse y su vientre estalló con la furia de mil estrellas en mil cielos.
La paz y la calma llegaron a aquellas sábanas blancas.
Los amantes, aún con sus cuerpos húmedos, se miraron a los ojos, hasta que las auras matinales cubrieron de rocío la mañana.
Héctor pudo ver en los de la mujer, que ardía un misterio.
Quiso hablarle, pero no pudo emitir sonido.
Ella se levantó de la cama y desnuda como estaba, salió por la ventana. Él quiso seguirla, pero ya no estaba. Se perdió en el bosque como la brisa.
La confusión reinaba en su cabeza. Sintió haber estado en dos mundos a la vez, en su realidad y la realidad de amor con aquella desconocida. No quería llamarlo sueño ya que el perfume de aquella magnífica mujer aún perduraba en sus manos.
Quiso dormir un poco pero no pudo. Solo pensaba en ella.
Fue entonces que se levantó y comenzó a calentar agua en el caldero de hierro, posándolo sobre los leños de la chimenea.
Una vez caliente, la volcó en la tina de cobre, se sirvió vodka en un vaso, encendió un habano y se sumergió.
Era momento de dejar descansar a su cabeza.
Cuando el agua se enfrió salió, se secó, se puso una bata y deambuló por la casa, buscándola a ella. Tomó un café, no comió y leyó la obra que había encontrado en la mesa. 
Lloró.
Sentado en un sillón de algarrobo, debajo del imponente ventanal, se quedó contemplando la noche que había llegado sin avisarle.
Desde allí podía ver el fantasmal reflejo de la luna en el agua.
Los árboles proyectaban sombras terroríficas, figuras antojadizas se alzaban en el bosque mientras las estrellas invadían el cielo. Era una noche clara.
No podía dejar de pensar en ella, en ese cuerpo que había leído a la perfección
Todo su ser era un torbellino de sensaciones, imágenes, sentimientos que lo envolvían: ganas de llorar acurrucado en su seno como cuando era un niño, gritos pidiendo afecto, deseos de beber de su esencia cual fuente de agua eterna, necesidad de perderse en esos ojos para ver aquellos desconocidos mundos. 
—Los límites se pueden traspasar, confundir, desdibujar. No son tales, no existen. Nosotros los creamos— dijo en voz alta. 
Se quedó dormido, sentado en aquel sillón.
Al alba despertó y no recordaba sueño alguno. A los tumbos se levantó para ver si en su escritorio había algo nuevo.
Cuando vio una hoja escrita, separada del resto, el corazón se le aceleró.
Corrió para tomarla y leerla.
“Mi amado Héctor.
La otra noche no te dije quién soy, aunque creo que te lo imaginás. Mi nombre es Abigail.
Quiero que sepas que el tiempo con vos se detuvo para que la magia del universo nos envolviera.
Esa noche, nuestras almas quedaron talladas en rocas arcaicas, imposibles de erosionar.
Ni el inexorable paso del tiempo podrá. Tampoco los vientos.
Nunca olvides estas palabras.
Y sé que te estás preguntando quien o que soy.
Y la respuesta es más sencilla de lo que creés: Tu amor. Y vos el mío. Es me completa.
Te amo.
Abigail”
Con una fuerte emoción, Héctor dobló prolijamente la carta que tenía el perfume de su piel y la guardó en su libro preferido.
Dolorosamente y felizmente resignado, decidió regresar a su ciudad al día siguiente. Debía conformarse con ser el amor de Abigail para siempre aún sin volver a verla jamás.
Esa noche, el bosque, bello, lóbrego e inmenso, le hizo compañía.
El viento era dócil y hacía caer los copos blandos a la tierra blanca.
Otra vez, las luciérnagas aparecieron con sus farolitos encendidos, para iluminar caminos.
De la luna llegaban las eternas campanadas anunciando un nuevo amor en el mundo.
Héctor no dejó de mirar hacia ningún lado. No perdía las esperanzas de verla.
Un amanecer gris sorprendió sus cansados ojos.
La tarde anterior había preparado las maletas, guardó su máquina y la historia que le había regalado Abigail en el baúl, y partió con suma tristeza.
Se detuvo en el Almacén para despedirse de Nahuel.
Apenas entró al local se escuchó decir:
—La has conocido. Y se han enamorado. Lo sé por tu cara—
—Así es Nahuel. Nunca sentí algo así—
—Es el amor más puro que puede sentir un ser humano. Ella es especial. La leyenda dice que aquella vez que desapareció lo hizo por amor y que nunca más volvió a enamorarse. Hasta que te conoció, parece.
Eso sí, ella no se irá nunca de este pueblo que la adoptó. No creas que podrás olvidarla y no te ilusiones con verla otra vez. Viví tu vida y sé feliz. Es lo que ella quiere.
Se abrazaron y se despidieron.
Encendió el motor y miró hacia atrás por última vez.
Arrancó. Hizo el camino de tierra hasta llegar a la ruta.
Llovía.
Pero a los pocos kilómetros, el vehículo se detuvo y no arrancó más.
Hector maldijo su suerte. Pensó en regresar al pueblo para que el mecánico lo ayude.
Comenzó a caminar. La lluvia era por demás intensa y apenas dejaba ver hacia adelante.
A los pocos metros se detuvo. Vio detrás de la cortina de agua, una silueta que le pareció conocida.
Corrió hacia ella cuando se dio cuenta que era Abigail.
Se abrazaron como solo los enamorados lo hacen.
Regresaron hacia la camioneta tomados de la mano.
Allí se miraron por eternos minutos.
Luego Héctor intentó encender el motor. Un fuerte rugido se escuchó y comenzó la marcha.
Ninguno hablaba. Ella no dejaba de mirarlo y él la miraba cada vez que podía.
En un momento, Héctor preguntó.
—¿Cómo…? Pero no terminó de hablar pues Abigail, le puso un dedo índice sobre los labios.
—Mi amor, soy lo que querés que sea. Una realidad, una fantasía, un sueño hecho carne…
—Pe…Pero la leyenda dice que no te irás nunca del pueblo.
—Y es verdad, siempre regresaré, pero ahora quiero vivir una vida con vos. Las leyendas son solo eso, leyendas, parte de verdad y parte de fantasía.
No hablaron más.
Solo pensaban en ser uno, hasta que el mundo dejara de ser mundo.
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Desconectado » Mr. Charles «

Re:EL FINAL.
« Respuesta #1 on: 13 de Febrero de 2023, 10:14:18 am »
 
 Mis saludos para todos
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Desconectado Boxinggirl

Re:EL FINAL.
« Respuesta #2 on: 13 de Febrero de 2023, 06:49:46 pm »
¡Qué bueno que estás aquí apoyando mi tema!
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