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Autor Tema: LA CHACRA.  (Leído 14 veces)

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Desconectado Boxinggirl

LA CHACRA.
« on: 28 de Abril de 2022, 04:39:57 pm »
LA CHACRA.
No nos habíamos cansado como otras veces; la noche era fresca y cuando salimos, enrojecía el monte y se sentía el comentario de los pájaros, prestos a iniciar su diaria jornada.
   -Llegamos. Comenté
   - ¿Cuántos kilómetros quedan de la casa?
   - Una legua larga. Más o menos por ahí anda. Respondió mi padre, al momento que dejaba la bolsa con las cosas.
   -Papá-
   - ¿Qué te pasa muchacho, que estás tan preguntón?
   - ¿Cuándo vamos a comer?
   - ¿A qué?
   -A los boniatos que vamos a plantar.
- ¡Me asustaste muchacho! - No hemos llegado, y ya estás pensando en comer.
- ¡No papá! - Solo pregunto por las cuentas que siempre saco.
Nos recostamos al alambrado y miramos los surcos aún mojados por aquella lluvia que había caído el día anterior; a la noche las estrellas volvían a brillar.
La luna majestuosa había barrido el cielo y se escondió entre bambalinas a observarlas. Fue entonces, que mi viejo se decidió y dijo. 
   – No llueve más; mañana nos vamos.
Allí estábamos, prontos a clavar la estaca en el surco húmedo, y a desparramar brotes en esa chacra. Mi viejo y yo, los dos, una sola cosa. Desparramo adelante. Rápido. Él clava la estaca, pronto el hoyo, coloca la planta, aprieta, dos golpes y ya está, a la otra planta.
Así de simple se planta el boniato, muy simple, solo con una estaca doblada y puntiaguda.
No eran muy largos los surcos. Apenas unas cinco cuadras.
A media mañana, metí la mano en la bolsa y saqué una galleta, aprovechando que mi padre hablaba con el gringo, el dueño del campo.
Yo escuchaba la conversación y mi mandíbula trituraba aquel exquisito manjar.
   -¡Qué rica era la galleta de campaña!
Al mediodía mi viejo aprontó el amargo. Apenas lo ensilló, luego comimos unos churrascos envueltos en harina, que tan ricos le quedaban a mi madre. Arroz con huevos duros y unas rodajas de tomate, como para adornar.
Comimos tranquilos, despacio, no había apuro. Luego él se tiró un rato debajo de un paraíso, viejo como aquella casa abandonada.
Yo me acerqué a mirar el pozo de agua, profundo, muerto, misterioso.
Hacía años que sus dueños se habían marchado y el gringo no la dejó escapar.
   –Buen negocio decía. Todo el mundo se quiere ir para el pueblo y el gringo pobre, aprovecha.
Yo sin querer sentía algo extraño por ese personaje, con su barriga prominente y una costra pegada a su cogote colorado, tan vieja como sus años.
Seguimos plantando y cuando el sol nos dijo. -  Hasta mañana. Terminamos.
   - ¿Cuántos plantamos, papá?
   -Veinte surcos. Diez para el gringo y diez para nosotros.
   -No está mal. Comenté.
Salimos al camino y tuvimos suerte. Solo habíamos caminado unos pocos pasos cuando apareció el ruso Romanov, que al vernos aminoro la marcha y nos gritó
  –Suban atrás.-.
Subimos, pasamos por el boliche del Seco y ya había algún parroquiano, pronto para iniciar una truqueada.
Bajamos en el cruce nuevo. El ruso nos largó unos bocinazos y saludó. Mi padre sonrió, y comentó en voz baja.
   -Macanudo el rusito, igual que su padre. Debe andar ennoviado, lo veo seguido en el pueblo hediendo a perfume y hasta se debe bañar y todo.
El Lobo nos esperaba en la esquina. Por así llamar a aquel cruce de caminos hecho a la fuerza de tantas pisadas. Movía la cola. Hacía rato que nos había olfateado. Salí corriendo adelante, él me ladraba. Fui a la cocina donde siempre estaba ella y grité.
 –¡Mamá! ¡Llegamos! -
  - ¿Cómo les fue?
  -Bien mamá. - Plantamos surcos, de cinco cuadras.
  - ¡No me digas! –¿Y no te cansaste?
  -Sí mamá, pero me gusta mucho el campo y ayudar a papá.
Bueno ahora a bañarse; Ya está pronto el latón y en la olla, hace rato que el agua está caliente
Mi padre saludó, fue al fondo, dio de comer a la chancha, le echó agua al bebedero y les tiró unas hojas de verdolagas que trajimos a las gallinas. Estas bajaron de la empalizada, pegaron algunos picotazos y se retiraron a seguir dormitando. El batarás, les pegó un rezongó, Pegó unos aletazos y trepó la empalizada.
Mi hermana cosía en la máquina para la tienda del judío, diez pantalones por día, a veces algunos más. Tenía que pagar la máquina, que le había comprado al mismo Salomón.
Cenamos, luego fui a mi cuarto, que supe compartir con mi hermano mayor, que un día se fue a la ciudad a progresar.  Según lo que él decía.  Mi madre cada quince días le mandaba una caja con comida, tortas empanadas, pastaflora y una carta llena de lágrimas. Adentro de unas medias, un rollito con unos pesos, que ella tan sabiamente sabía ahorrar.
Yo lo extrañé mucho, y creo que mi padre más que yo. El perro ocupó su lugar, entonces aprendí a jugar con él y a conversarle.
–Cuando sea grande Lobo. Le decía. Voy a ser como papá que nunca se cansa.
Él movía la cola y no me contestaba, pero yo sabía que entendía todas mis palabras.
Antes de acostarme hice los deberes que me había mandado la maestra Elisa y del cuarto le gritaba a mi padre.
   - ¿Cuántos surcos eran papá?
   -Veinte surcos. Ya te lo dije.  Déjate de preguntar.
Veinte surcos de cinco cuadras. Cinco por ocho, cuarenta.
    -Tienen cuatrocientos metros. - ¿Está bien papá?
   -Si hijito. – Está bien.
Cuatro plantas por metro, hacía la cuenta, dos mil plantas por surco, cuarenta mil en total. Plantamos cuarenta mil plantas, veinte mil para el gringo y veinte mil para nosotros.
-Está bien. ¿Qué te parece?
 -Si usted lo dice, así será. No se olvide que yo no fui a la escuela.
Está bien. Respondía mi madre. –Ahora dígame.-. ¿Cuántos kilos cosecharíamos a un promedio de dos kilos por plantas?
Es muy fácil, respondí. Cuarenta por dos, son ochenta mil.
Corrí al cuarto de los viejos. Le di un beso a ambos, y me acosté un rato con ellos.
Mi padre medio dormido me contestaba alguna pregunta, mi madre me volvía a reiterar lo mismo de siempre.
   - ¿Qué quieres hacer cuando a fin de año termines la escuela?
   -Ya te lo dije, mamá. - Quiero ser carpintero como Rolando.
   - ¿Y no te gustaría ir al liceo, y seguir estudiando?
   - ¡No! - Quiero quedarme en mi pueblo. –No, mamá. - Mira nuestro hermano. Vos sabes bien cuanto lo extraño.
La maestra Elisa era distinta a las demás. Tenía un portafolio flaco. Nunca se pintaba la cara como las otras, y su pelo enrulado se fue llenando de canas, que ella fue permitiendo sin darle la mayor importancia. Leíamos muy poco de los textos de la escuela, ella tenía otra forma de enseñar.
    - ¿Sabes mamá que Colón no descubrió nada?
     - ¡Cómo que no!
     -No mamá. - Ya estaba todo descubierto cuando el llegó.
     - ¡Quien te dijo ese disparate!
     -La maestra Elisa que sabe un montón. ¿Y sabes mamá, que al Uruguay lo inventaron?
     - ¡Cállate la boca! –No sigas hablando. Ya me imagino como es la forma de pensar de la señora Elisa.
Terminé la escuela. No fui abanderado, ni participé en ninguna actuación en la fiesta de fin de curso.
Al gordo Lalo lo abanderaron con la uruguaya. Su padre tenía un almacén de ramos generales y siempre colaboraba con la escuela.
El gordo Lalo era buenazo, un poco bobo nomás. Yo lo quería mucho. Me convidaba con la merienda y yo no permitía que nadie le fuese a pegar. Además, me invitó a su casamiento, el día que se casó con una de las hijas del comisario.
¡Maestra Elisa! hoy me acordé de usted. ¡Cuánto le agradezco, por su enseñanza!
Fue al pasar por la chacra, donde hace muchísimos años, plantábamos boniatos con mi padre que tanto extraño y aún siento que me hace falta.
Pasé en mi camioncito. Habíamos ido a la chacra del Manso Aírala.
   -Viste -¡Ahí está! Esa es la chacra donde plantábamos con papá. Le comenté a mi hermano que hace años se vino. No aprendió nada en la ciudad, tampoco progresó. Hoy es ayudante en mi taller de carpintería.
Mi hermana hace años que terminó de pagar la máquina de coser, pero igual sigue doblada, haciendo costuras para la gente del barrio. Achica algún pantalón, da vuelta un cuello, hace maravillas con aquellos trapos. Siempre igual.  Parece feliz con su gente. Eso sí, ahora mas aliviada-
Solo quedamos tres en casa, y entre tres la cosa se hace más fácil para echarnos una mano.
Los viejos ya no están; el Lobo tampoco. En el gallinero solo quedaron los palos pintarrajeados con caca y la chancha se despidió de nosotros, para una navidad.
El gordo Lalo también se quedó solo, cuando sus padres se cansaron de pesar fideos y vender pimentón al menudeo. La muerte hacía rato que lo estaba esperando y un día sin avisar se los llevó.
Pobre Lalo. Se quedó solo, ante esa enormidad de cosas y casos que ocurren en un almacén de ramos generales.
Se había casado hacía poquito, y al poco tiempo, las cuentas, los cuentos, y los fiados, al cual, el nunca dijo que no a nadie, lo estaban dejando sin nada.
Su mujer se fue con un lote de cosas. Llamó a la comisaría, y le dijo a su padre.
 -Espérame, que voy para allá. - Luego mandó un camión a buscar sus pertenencias e hicieron varios viajes.
El gordo Lalo, cuando se aburre de no hacer nada, me viene a visitar.
Ya no es abanderado, pero a veces anda portando otra bandera.
¿Será que el gordo ha comenzado a pensar?
-Maestra Elisa.-
 Cuanto le agradezco sus enseñanzas-
                                                                                            RAMÓN-
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Re:LA CHACRA.
« Respuesta #1 on: 29 de Abril de 2022, 10:21:34 am »
Visitando a este lindo
foro y apoyando tu tema
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Desconectado Boxinggirl

LA CHACRA.
« Respuesta #2 on: 06 de Mayo de 2022, 03:54:38 pm »
Visitando a este lindo
foro y apoyando tu tema
Gracias, Carlos.
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Desconectado ◈Minette◈

Re:LA CHACRA.
« Respuesta #3 on: 08 de Mayo de 2022, 12:08:49 pm »
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