EL MISTERIO DE MERCEDES
No podía entender cuál era el motivo que llevaba a Mercedes ver y volver a ver una y mil veces el mismo video. Solamente con escuchar su música y las voces en un idioma que no comprendía, me hacía sentir mal. Tan mal que estaba a punto de que me agarrara un ataque de histeria. ¿Cuál era el motivo? No lo sabía, nunca me lo dijo por más que intentaba comprenderla. Solo sé que ella en su mundo y yo en el mío llegamos a convivir cierto tiempo, a pesar que los dos éramos hijos de un mismo destino. Mercedes siempre estaba adelantada un paso y me lo hacía sentir, pero lo que más me afligía era ese empecinamiento en transformar Esperanza con su diseño Haussmaniano, típico de grandes ciudades. Esperanza era un pequeño pueblo solitario que se alargaba siguiendo la ruta nacional 114, y no tendría más de diez cuadras con sus calles laterales apenas de una o dos cuadras para ambos lados, la plaza y la estación de tren. Sin embargo ella insistía que había que modernizar la ciudad, siendo que éramos apenas un puñado de gente que vivía pendiente de las lluvias, tan necesarias para nuestra subsistencia. Pero no todo era empecinamiento en Mercedes, ella tenía algo más, y ese más eran las pinturas que me llenaban los ojos de fantasías, luces y colores. Ella me pintó varios mundos que llegamos a recorrerlos juntos, fruto de su inagotable imaginación. Dibujó nuestras vidas en un cuaderno y las fuimos adornando con trocitos de felicidad. Me pintó el futuro, y me fui aferrando a sus locuras, de tal forma que llegamos a convivirlas. Pero un día me pintó un cielo sin estrellas, un arco iris en blanco y negro y las garras de la maldad que intentaba separarnos estando los dos a un paso de descubrir lo sublime. Eran esos estados de ánimo lo que llevaban a Mercedes a ver el mismo video, a encerrarse en su cuarto y pasar horas sin salir de él. Me irritaba el no saber qué hacer y no llegar a entenderla, pero al ser un mal pasajero me acostumbré a esperar. Recuerdo que ese día escuchábamos un disco que a ella tanto le gustaba y que se lo había regalado para navidad. Los arabescos de Debussy iban y venían en el aire de la tarde, mientras yo jugaba con sus cabellos, y fue en ese momento que me dijo:- Me tengo que ir. Sé que va a dolernos pero quiero seguir con mi carrera y aquí, en Esperanza, paradójicamente no la encontraré. Debo irme y volver para plasmar mi sueño. Sentimos el tren y el chirriar de sus ruedas antes de tomar la curva. Luego esa mole ennegrecida largando sus bufidos de vapor, apareció ante nuestros ojos. El tren, el de siempre, el de llegadas y despedidas, y ella prendida de mi brazo y yo sin saber qué hacer. Hoy me llegó una carta, la primera, contándome que está bien, que me extraña y que me sigue queriendo. Lo noté al instante al leer las primeras sílabas. Se siente feliz y me hace un bosquejo de aquella ciudad, de sus parques, sus plazas y sus avenidas que convergen todas en un mismo punto, y eso me deja un alivio en su ausencia. Me ha dicho que me quiere y que no me olvida y ciertas cosas que me las reservo para mí. Leí esa carta cien veces y no lo puedo creer. ¡Cómo duele su ausencia! Tanto es así, que para mitigar mis penas, voy a su cuarto, contemplo sus pinturas, leo algún poema de su cuaderno e intento ver el video. Intento pero no me animo, por más que lo deseo. ¡Es que es tanto el miedo de volverla a perder!
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