Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire
y el caracol hizo lo mismo.
Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol. Pronto tendrás
que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías
dentro de ti.
Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo
de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada
por tu desarrollo interno,
pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos.
¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco...
¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.
Claro, nunca te has molestado en pensar en nada.
¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías,
por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?
No contestó el caracol. Florecía de puro contento, porque no
podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!...
Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba
vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza,
que descendía también sobre mí desde lo alto.
Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre,
y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer
otra cosa.
Tu vida fue demasiado fácil dijo el caracol.
Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte
aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos
seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo
algún día.continua...